ALBENDEA ES YA UN SÍ (3)
Capítulo 3.-Desde el conocimiento al corazón
En el capítulo primero, traté de comunicar, que aunque Albendea la ubiquemos dentro de la llamada España vaciada, está llena de valores, vida y sentimientos, para demostrar, que incluso cultural y educativamente, tiene sus buenos recursos que debemos conocer y sobre todo, saberlos fomentar (le dedicaré un capítulo a este asunto tan trascendental). En el segundo, señalé el concepto de pertenencia, como necesidad psicológica para el hombre, que necesita de los grupos para su felicidad e integración, y dónde el pueblo de cada uno juega en la mente y en el corazón de las personas, un gran aporte favorable en el desarrollo personal y en la integración social.
En el presente me fijaré en la importancia que tiene el conocer para amar. Lo subdividiré en dos partes: A, hoy, relacionado con la familia, y B, próximamente, sobre mi pueblo.
La frase que sigue, resume perfectamente a ambas colaboraciones: “No se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama”. Tan bonita y trascendente es la frase, que han tratado de adjudicarse la autoría varios sabios y entre ellos, Leonardo da Vinci.
Mi familia y mis antepasados son mis raíces:
¿Qué le pasa a una planta que no se riega o a la que se le cortan las raíces? Pues… que se seca, que se marchita, se queda sin alegría y finalmente muere. Pues lo mismo les sucede a las personas. Cuando desconocemos quienes han sido nuestros ancestros (los padres, abuelos y antepasados, son nuestras raíces y ramas), con sus nombres y apellidos; dónde vivieron y/o de dónde vinieron; cuáles fueron sus vicisitudes, alegrías, penas o tragedias; a qué se dedicaron y el progreso o el retraso económico que llegaron a obtener; cuál fue el nivel cultural que alcanzaron; cuántos miembros había en cada familia y qué fue de cada uno de ellos; qué contexto histórico vivieron y cómo les afectó, dentro de las paces o de las guerras; cuánto y el porqué disfrutaron con sus costumbres, usos, fiestas, folklore, y si apenas de este conjunto de cuestiones, poco o nada sabemos, pues ¡estamos dejando de regar nuestro querido árbol!
Contaré sucintamente mi experiencia. Durante unos años me dediqué a indagar, preguntar, consultar actas de nacimiento y defunción en los archivos civies y parroquiales de mis ancestros, y generar hasta dónde pudiera alcanzar en la búsqueda de las raíces (llegué en algunas ramas hasta la séptima generación anterior a mí) y con esos datos, poder elaborar mi árbol genealógico. Tuve un problema inicial, porque mis cuatros abuelos nacieron y murieron en pueblos diferentes, y de mis ocho bisabuelos, tan solo tres repetían lugar de nacimiento. De esas 12 personas, no logré identificar las tumbas de tres de ellos, aunque sí los cementerios. Es más, con relación a mi abuela paterna, los archivos municipales de su pueblo de nacimiento, fueron destruidos durante la Guerra Incivil. Claro, que si esos familiares míos, hubiesen nacido y fallecido en un mismo lugar, con los archivos sin maltratar, para poder consultarlos y obtener datos (cuestión que me parece que así es, en el caso de Albendea: ¡Qué suerte!), la rapidez y la facilidad del trabajo hubiese sido como un paseo en barca.
¡No os podéis imaginar el placer que sentía al saber de algo nuevo sobre un familiar pasado! ¡Cómo me entusiasmaba trasladando los datos a mi archivo*, sacando conclusiones que explicaban y repercutían directamente en mi persona! El aumento de los conocimientos, era directamente proporcional al aumento de mi querer hacia las persona que nunca vi, sintiéndolas tan cerca, que parecía que estuvieran contestando a mis preguntas! Mi entusiasmo era semejante a aquel jovenzuelo que quiere completar su álbum de cromos. ¡Una pasada! Comprobaba con sorpresa y satisfacción, que muchas personas de las que no tenía ni idea de su existencia, habían regado el árbol para engrandecerlo, para que yo, una fruta más entre las muchas de aquel árbol, tuviese vida y bienestar. Me veo ahora, como el producto amado por muchas generaciones, conociendo mi historia, y eso me da seguridad personal y riqueza espiritual, sabiendo que no soy un bulto sospechoso, y que no aterricé por casualidad en un pueblo y en un hogar. Así es amigos todos lectores: quien no sabe de dónde viene, probablemente, no sabe hacia dónde se encamina ni dónde se ubica. Así que, con esa recopilación de datos elaborados, di vida a algunos de los míos, y aumentó mi autoestima.
¡Ah! Dos cuestiones positivas más, entre otras: algunos de nuestros hijos, o familiares descendientes, si descubriesen que hay elaborado un árbol genealógico en su familia, su agradecimiento no lo valorarían como si de dinero se tratase (con dinero se compran cosas necesarias muchas veces, pero sin importancia también, porque las más imprescindibles como el sol, la vida, la familia, y el amor, son gratuitos), sino como un bien recibido de superior valor a la herencia de un inmueble o de un campito.
Además: ¿Cuándo uno se muere del todo? (Remarco lo “del todo”). Cuando llega el día del funeral decimos que está muerto. ¡No es verdad del todo! Digamos que ha dejado de funcionar el corazón o que se descompone su cuerpo. Fijémonos en esta cuestión: Mientras una persona es recordada por los que los quieren bien, ¡tiene vida! A medida que se van perdiendo las referencias de sus descendientes queridos, el muerto se hace más muerto. La muerte es un proceso, dónde la memoria sobre el fallecido tiene su mucha importancia. En resumen: Sólo muere totalmente quien es olvidado totalmente por los suyos. (Este concepto está en la filosofía de sabios tan grandes como Cicerón y otros muchos pensadores clásicos).
Los datos que obtenía los introducía con una aplicación* (hay varias en internet), herramienta fácil de manejar, que se encarga de ordenar la información, y ofrecernos diferentes tipos de informes genealógicos que podemos imprimir, siendo gratuita en su versión sencilla, y que es más que suficiente.
(*) Referencia: “MyHeritage Family Tree Builder”.
Soneto: MI FAMILIA
Es mi familia el templo de mi vida,
la cuna de mis sueños y esperanzas,
mi guía fiel en las horas confundidas,
y el palacio dónde el alma halla alianzas.
Mis amores comparte y multiplica,
mis penas y tristezas las alivia,
mi árbol de la vida es luz que edifica
en joya de verdad, eterna y viva.
Mi descendencia, un sueño que cultivo,
ramas que producen frutos sabrosos,
historias y futuros creando un nido.
¡Ay! ¡Qué dulces los años gozosos!
¡Qué veloces días nos da el destino!
¡Qué brevedad, si son hijos virtuosos!
Alberto Morales Guillén. Enero 2.025.
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