28 sept 2020

LA CANTERA DEL RINCÓN DEL MOLAR DE ALBENDEA

 

En el Llano de San Marcos, cerca de la antigua escombrera en la que también podemos ver una antigua gravera, encontramos un antiguo chozo guardaviñas, donde se refugiaba el guarda para proteger las uvas cuando estaban prestas para su recogida. Es un chozo con parte de su paramento destruido para ser reconvertido en un puesto de tirador de caza, lo que pensamos que es una auténtica barbaridad y un ataque a la arquitectura tradicional de Albendea, cosa que también ha sucedido en algún otro chozo de nuestro término municipal. Bien es verdad que se ha conservado en el tiempo, al contrario que ha ocurrido con muchos otros edificios, como tinadas y corrales de ganado, cortijos, molinos, almazaras, etc., motivo por el que quizás haya que dar las gracias a sus propietarios. Pero creemos, y así lo dicen también las normas de conservación del patrimonio cultural, que romper parte del muro tan añoso de estos edificios para convertirlo en otra cosa que no ha sido nunca, es un auténtico disparate, pues transforma aquello para lo que sirvió y aquello que ha durado tantos años en su aspecto original.

Imaginemos la Mezquita de Córdoba transformada en un hotel, para lo que habría que destruir y transformar parte de su estructura. O la Ermita Mausoleo de Llanes convertida en una casa rural o su cripta destruida para ser convertida en una bodega. Desde luego serían auténticas atrocidades, lo que creemos que ha ocurrido con nuestros chozos, pues han perdido la esencia y fundamento de su construcción original.

Si desde este chozo dirigimos la mirada hacia Albendea, a poco más de una veintena de metros, en un estrato inferior del terreno, iniciado ya el descenso hacia el valle del río San Juan, hallamos otra curiosidad etnológica de nuestro pueblo, que, valga la redundancia, es verdaderamente curiosa. En el llamado Rincón del Molar podemos ver una cantera de piedras de molino en la que se conservan unas ruedas de molino harinero excavadas y modeladas en la roca caliza, una de ellas completamente extraída de la madre tierra, presta para ser transportadas a los molinos harineros de la zona.

Se conoce la existencia de varios molinos en el cauce del río San Juan, uno de ellos en la zona denominada el Parral, que pertenecía al Concejo y estaba arrendado en 1754 por un tal Francisco Parques, por el que pagaba diez y ocho fanegas de trigo, y otro denominado de la Vega, con varios propietarios, que molían ambos sólo con el agua previamente almacenada en una presa, pues el agua del río San Juan ni da, ni ha dado nunca, excepto crecidas por lluvias torrenciales, para más. En el río Guadiela y el Escabas había también varios molinos, uno en La Ruidera, del que no queda nada, al menos que sepamos, y otro en Las Juntas, en el río Escabas, poco antes de unir sus aguas al Guadiela, del que todavía se puede ver algunos restos del dificio y la acequia por donde entraba y salía el agua del molino, en este último caso con su arco bien conformado de medio punto.

Pero estos molinos con el tiempo perdieron su funcionalidad, por lo que las piedras quedaron allí perennes, como otra muestra más de nuestra cultura, de un antiguo oficio, el de cantero de piedras de molino, y como recuerdo y homenaje a las gentes que en el pasado vivieron en nuestro pueblo. Esperemos que la mano del hombre no destruya nunca estas piezas únicas de Albendea, ni quiera extraerlas su propietario del lugar donde se fabricaron para reconvertirlas en otra cosa diferente a lo que son actualmente, y se guarden allí siempre para engrandecer el patrimonio del pueblo.

Para dar forma y extraer estas muelas en bloques cilíndricos, el cantero trazaba primeramente una circunferencia sobre la superficie de la roca, tallando alrededor un surco que había que rebajar hasta alcanzar el grosor deseado para la muela. Eran dos los métodos usados para separar el bloque de la roca madre. El primero consistía en introducir cuñas de madera en todo el perímetro del surco y posteriormente echar agua para dejarla helar, hielo que rompía la roca al alcanzar un volumen mayor que el agua introducida, de manera que esta dilatación del agua y de la madera ejercía una presión que separaba la muela de la roca base. El segundo método consistía en picar varias entalladuras en V por la base perimetral del surco y se ponían cuñas de madera solapadas por dos pletinas de hierro que permitían su deslizamiento. Al ser golpeada de forma alterna con una maza la muela se desprendía de la roca madre. Finalmente se tallaban y labraban las caras de las muelas, realizando el orificio central pasante, en el que irían el buje y el árbol del molino.

Las medidas de las muelas de los molinos harineros solían tener dimensiones que oscilaban de 0,90 a 1,80 metros de diámetro; y de 0,25 a 0,45 metros de grosor, llegando a pesar algunas hasta 1.500 Kilos. La muela extraída de este rincón del molar, ya con su eje horadado completamente, tiene un diámetro de 1,50 metros y un grosor de 25 centímetros. Las otras tres muelas modeladas, aunque no llegaron a ser extraídas por completo, miden 1,40 de diámetro y su anchura es de 40 centímetros. Se marcaron otras tres más sobre la placa de roca caliza, cuya forma es fácil de atisbar, pero sin que el cantero comenzase su talla.

Cuando estas muelas se transportaban al molino se realizaba el rayado o picado definitivo en las caras de contacto de las muelas. Cantero y molinero hacían esta operación y colocaban fija la piedra solera y sobre ella la volandera de tal manera que entre ambas hubiera un cierto espacio, pues las piedras debían moler, no machacar ni quemar el grano por altas temperaturas.

Este Rincón del Molar, con estos restos arqueológicos de carácter industrial, es sin duda un excepcional sitio de interés para el municipio de Albendea, pues muestra una antigua industria y un antiguo oficio, el de cantero de muelas de molino, que existió en Albendea en el pasado, con un gran valor cultural para nuestro pueblo. Esperemos que las autoridades municipales y regionales reconozcan este valor y protejan y señalicen la zona algún día, pues, al igual que los chozos guardaviñas y de pastores que conservamos en Albendea, es uno de esos lugares que merece la pena conservar y difundir, como muestra de la cultura y etnología de todo un pueblo, para disfrute de las gentes presentes y de aquellas que han de venir en un futuro.

Esperemos que esta zona se habilite como sitio de interés etnológico que lo es, para que todos los vecinos del pueblo y todos aquellos visitantes interesados puedan acudir a contemplar los restos de una cantera única en el término municipal de Albendea y posiblemente uno de los pocos puntos similares que todavía existen en la provincia de Cuenca. Este Rincón del Molar nos muestra lo que fue el trabajo de los canteros de molino de los siglos pasados, donde lo ejercían (en este caso en el mismo campo) y la importancia que tuvieron los molinos harineros en nuestro pueblo, en algunos casos con bastante escasez de agua, como ha sido siempre el cauce del río San Juan.

EL RINCÓN DEL MOLAR, CON LAS CASAS DE ALBENDEA AL FONDO
MUELAS ADHERIDAS A LA ROCA MADRE


ROCA EXTRAIDA DE LA ROCA CON SU EJE CENTRAL FORMADO COMPLETAMENTE
MUELAS DE MOLINO QUE NO LLEGARON A EXTRAERSE
 

 

27 sept 2020

NUESTROS CHOZOS TRADICIONALES RECONVERTIDOS EN PUESTOS CINEGÉTICOS DE TIRADOR

 

Los chozos, cubos o cubillos son unas construcciones de piedra que han servido tradicionalmente de refugio a los pastores en sus largas jornadas de pastoreo por el campo y la montaña. En La Mancha y en otros lugares de nuestro país, es fácil ver salpicados por el paisaje construcciones tradicionales de este tipo, edificaciones que forman parte de la etnología de nuestros pueblos; en definitiva, son una parte importante de nuestra cultura e historia.

En Albendea podemos ver un ejemplar de construcciones de este tipo junto al Llano de San Marcos, a unos dos centenares de metros de la antigua escombrera, edificio emplazado donde la tierra se quiebra y mira al Noroeste, hacia el valle del río San Juan y las casas de Albendea, que situadas sobre un altillo del terreno se atisban en lontananza. Pero en este caso, esta construcción de piedra y tierra no fue un refugio de pastores, que también pudo ser usado por estos profesionales del pastoreo y demás gente que, buscándose la vida en el campo, andaba todo el día de aquí para allá, sino un chozo guardaviñas, refugio contra las inclemencias del tiempo del guarda que cuidaba las viñas que se cultivaban en el llano, cuando ya los frutos de éstas habían madurado y estaban preparados para su recolección.

Se trata de una construcción de planta circular, de aspecto cónico, cubierta con una falsa cúpula, sin ningún tipo de ornamentación ni comodidad para quien se refugiase en él, construido con piedras toscas del terreno, unidas con argamasa de barro y yeso o cal. La puerta está situada al mediodía, de manera que su morador no sufriese los embates del viento frío del Norte, con una A grabada en la clave que cierra el tosco arco de la entrada, cuyo significado desconocemos.

Antiguamente en la mayoría de los viñedos de nuestro país los guardas de campo guardaban las vides para evitar robos cuando el fruto estaba a punto para su recogida. Vigilaban desde un altillo del terreno, que era donde se emplazaba el chozo, no sólo que la gente no entrase en los viñedos a robar la uva, sino también los ganados, que podían destrozar en un santiamén la cosecha de uvas de todo un año. Incluso tenían que espantar con gritos y aspavientos las bandadas de aves para que no se comiesen los preciados frutos del viñedo. Estos guardas eran contratados por los ayuntamientos, las hermandades de labradores, donde las había, o por los propios agricultores. No se solía perseguir el robo de racimos, siempre que la viña fuera abundante y escaso el número de demandantes furtivos de uva.

Cada guarda atendía la vigilancia de las tierras incluidas en su zona y disponía de estos pequeños chozos para refugiarse, descansar, comer e incluso dormir si fuera necesario. Había guardas que llevaban carabinas y disparaban cartuchos de sal o incluso podían poner multas por las infracciones cometidas, que podían oscilar entre las tres y catorce pesetas. Estos chozos de guardería empezaron a ser abundantes en el siglo XIX, aunque se tiene constancia de su existencia en nuestro país desde el siglo XVI.

Desconocemos cuándo se construyó este chozo de guardaviñas del Llano de San Marcos, aunque imaginamos que en la segunda mitad del siglo XIX o principios del XX. Hoy por desgracia se ha destruido en parte, extrayendo de él algunas piedras de su pared para hacerle un gran agujero y reconvertirlo en puesto de tirador cinegético para abatir desde su interior las piezas de caza que se pongan a tiro de la escopeta. Es una pena que no se conserve en su estado original, pues forma parte de la etnología de nuestro pueblo; es sin duda un documento de piedra vivo de nuestra historia y cultura, que sería obligado conservar en su estado original, recomponiendo aquello que se destruyó sin ningún respeto a lo que hicieron nuestros mayores y que bien merece la pena conservar.

En la zona de Cerralbo, mirando hacia el Noreste desde San Marcos, si seguimos el camino que conduce al valle del Guadiela y al Cuarto de la Mora, podemos encontrar otros dos chozos. El primero de ellos aparece sobre una eminencia del terreno, con su techumbre derruida, construido como el del Llano de San Marcos pero de mayores proporciones, usado posiblemente como refugio de pastores, pues aledaño a él aparecen los restos de un antiguo aprisco o redil de ganado, en el que bien pudiera el pastor guardar las ovejas mientras descansaba en el chozo.

Por debajo de este chozo queda otra construcción de este tipo, que en este caso conocemos, por los testimonios orales tomados a algunas personas mayores de Albendea, que servía de refugio al guarda que también vigilaba el viñedo que allí se había plantado. En este chozo, al igual que el del Llano de San Marcos, se ha destruido parte de su pared y también ha sido reconvertido como pozo de tirador, lo que es otro agravio y ataque a nuestra cultura y a la historia y gentes de nuestro pueblo. Pero para más inri, para preservarlo del tiempo, se ha enfoscado toda la construcción de cemento, cambiando por completo su aspecto externo y la obra original y poniéndolo de ejemplo de lo que no debe hacer jamás la barbarie humana.

Todos estos chozos son construcciones de un enorme valor etnológico y humano, que forman parte de nuestra historia y cultura. Son documentos vivos de piedra que nos hablan de una manera de vivir y de trabajar de las gentes antiguas de Albendea, una forma de sobrevivir de aquellos que nos precedieron, que a su vez fueron y son el origen y fundamento de lo que somos ahora nosotros. Por ello estamos obligados, tanto las instituciones públicas, como los propietarios y vecinos de Albendea, a instar su conservación y a recuperar su estado original, pues fueron una muestra de nuestro pasado y son una huella patente de nuestro origen presente. Esta arquitectura no monumental en el sentido más clásico de su adjetivo, como pueden ser las grandes catedrales, representa el trabajo, la lucha y el esfuerzo de unas gentes antiguas que intentaron sobrevivir en unas tierras alcarreñas que no siempre fueron feraces y fáciles para sus habitantes, pero que con ahínco y tesón consiguieron crear un modo de vida tradicional en Albendea, que no por arcaico haya de poner en olvido.

CHOZO DEL LLANO DE SAN MARCOS

PARTE POSTERIOR DESTRUIDA DEL CHOZO DEL LLANO DE SAN MARCOS

ARCO DE ENTRADA DEL CHOZO DEL LLANO DE SAN MARCOS CON UNA A EN LA CLAVE

DETALLE DE LA MAMPOSTERIA DEL CHOZO DEL LLANO DE SAN MARCOS

FOTOGRAFÍA DEL TECHO DESDE EL INTERIOR DEL CHOZO DEL LLANO DE SAN MARCOS
CHOZO DE PASTORES DE CERRALBO

EL CHOZO DE CERRALBO MOSTRANDO SU MAL ESTADO CON AMENAZA DE DERRUMBE
CHOZO GUARDAVIÑAS DE CERRALBO

CHOZO DE CERRALBO CON SU PARED DESTRUIDA

POZO GUARDAVIÑAS DE CERRALBO Y EL CUARTO LA MORA

 
ENTRADA DEL CHOZO GUARDAVIÑAS DE CERRALBO
CUARTO DE LA MORA, CON RESTOS DE HABITACIÓN HUMANA

 




 

XIII RUTA DE LA LANA DE ALBENDEA