MUSEO ETNOLÓGICO
DE ÁNGEL LÁZARO Y PILAR
ALBENDEA
ANTONIO MATEA MARTÍNEZ
INTRODUCCIÓN
El origen de los museos es el coleccionismo de todo
tipo, iniciado por reyes, nobleza e iglesia, con colecciones que se realizaban
por el mero hecho de poseerlas o simplemente por adquirir prestigio. Ya en la
Roma clásica se empezaron a coleccionar pinturas y esculturas griegas, que se
conseguían mediante el comercio o como botín de guerra.
Pero si en la Edad Media se coleccionaban objetos
religiosos de todo tipo, en el Renacimiento se recupera el gusto por la
antigüedad clásica, produciéndose un verdadero coleccionismo de obras romanas.
La posesión de estos objetos, además del prestigio que otorgan y el valor
cultural que suponen, se convierten en un medio para conocer la historia.
El Consejo Internacional de Museos (ICOM) define el
museo como una institución permanente, sin finalidad lucrativa, al servicio de
la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y
difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de
estudio, educación y recreo. El mismo ICOM determina la clasificación de los
museos, en museos de arte, de historia natural, etnología y folclore, museos
históricos, museos de las ciencias y de las técnicas, de las ciencias sociales,
etc.
Un museo etnológico es un lugar dedicado al
coleccionismo, conservación, difusión y estudio del patrimonio histórico y
antropológico, en el que quedan plasmadas las costumbres y la forma de vida que
han llevado los habitantes de una determinada zona o comarca. Es una manera de
mantener viva nuestra historia, conociendo el modo de vida e historia pasada.
Quizás Ángel Lázaro y Pilar Albendea no hayan pretendido metas tan altas con su
colección, pero ésta, conservada en la cámara de la antigua Tahona que aloja su
museo, contiene una amplia muestra de piezas que permiten conocer y estudiar
cómo era la vida en Albendea en tiempos pretéritos.
Su intención al iniciar esta colección, posiblemente
fuera únicamente conservar algunas piezas para evitar que se perdieran,
guardarlas en lugar de tirarlas a la basura, como hacía la mayoría de la gente,
piezas que fueron aumentando su número hasta llegar a la colección actual. No
está abierto al público, por lo que quizás falte uno de los requisitos principales
requeridos por el ICOM para la definición de museo, pero cualquier amigo o
conocido que lo quiera visitar, estudiar o fotografiar no tiene nada más que
pedirlo a los propietarios, que estarán encantados con abrirle sus puertas.
Este Museo de Ángel Lázaro y Pilar Albendea es uno de
los pequeños tesoros que guarda Albendea, que unido a otros muchos, como su
iglesia parroquial, su Ermita Mausoleo de Llanes, su privilegio de Villazgo del
siglo XVI o el Cerro del Castillo, donde están los restos de un castro
celtíbero y una necrópolis visigoda, contribuye a engrandecer este pueblo
alcarreño. Sólo se ama lo que se conoce, dijo una vez alguien; conozcamos,
pues, un poco más nuestro pueblo, descubriendo sus tesoros ocultos y aprendamos
así a amarlo cada vez un poco más.
MUSEO DE ÁNGEL LÁZARO Y PILAR ALBENDEA
El museo se ubica en la antigua tahona de Eugenio,
situada en la Plaza de la Placeta. Eugenio, el padre de Pilar, un día que se
encontraba en la recogida de olivas tuvo la brillante idea de instalar en un
viejo pajar un horno de pan, alentado por sus compañeros Andrés y Rafa. Una vez
jubilado, y no habiendo nadie que decidiese seguir el oficio, el horno se
desmanteló, aunque Pilar tuvo la brillante idea de poner en la pared las
diferentes puertas del horno, como si realmente éste siguiese existiendo.
Posteriormente el matrimonio Lázaro-Albendea quiso conservar otros muchos
útiles domésticos y herramientas de la vida cotidiana, con lo que se fue
gestando lo que hoy es una de las joyas culturales de Albendea. Son piezas que
forman parte de un modo de vida ya arcaico, que ya no se usan, pues han sido
sustituidas por otras más modernas, que gracias al trabajo recopilatorio que
han hecho Ángel y Pilar se evitará que caigan en el olvido.
En la cámara de la antigua tahona se encuentran las
piezas de este museo, que Pilar y Ángel han ido guardando y custodiando a lo
largo de muchos años. En las mismas escaleras que nos suben al recinto,
colgados en la pared, podemos ver diferentes objetos que se usaron en las
labores de la trilla y tratamiento del grano tras la siega. Hay un gran capazo
de esparto, un almud, recipiente de madera para medir el grano equivalente a
unos veintidós kilos, aproximadamente una media fanega, pues la fanega, unidad
tradicional para la medida de áridos tiene una capacidad de cincuenta y cinco
litros (unos 42 kilos). Hay que señalar que una carga de trigo era de seis
almudes, unos ciento treinta y dos kilos, que era la máxima carga que solía
ponerse a una mula.
Colocado junto al almud se encuentra una barchilla,
medida de capacidad que equivale a medio almud, una hoz y unas zoquetas, para
segar el trigo y protegerse los dedos, un morral de esparto, varias estacas
para clavar pimientos y tomates, etc. También podemos ver un gancho metálico
que se ponía en la parte trasera de la trilla para facilitar esta faena, una
horca, un horquillo y una pala para lanzar la parva al aire y separar el grano
de la paja.
Al finalizar la tarde, si había viento suficiente, se
comenzaba a ablentar el grano en la era para eliminar el polvo y la paja. A
esta hora es cuando habitualmente soplaba el viento que aliviaba el calor de la
jornada y hacía más llevadera esta labor. No era infrecuente pasar la noche en
la era pendientes del viento para concluir la trilla.
Se comenzaba a ablentar con el horquillo, realizando
una primera selección que eliminaba la paja más larga. Después se utilizaban
las palas, que están fabricadas completamente en madera de una sola pieza.
Mientras una persona ablentaba, otra iba apartando los granzones y la paja
pesada con la escoba de abalear, escoba de brezo que agrupa las cerdas en tres
nudos, en el mismo plano, formando abanico. Generalmente con esta operación el
grano quedaba suficientemente limpio, aunque todavía podía mejorarse la
limpieza con cribas y trigueros, de diferentes tramas. El horquillo se
utilizaba igualmente para echar la paja en el angarilla y en el pajar por la
piquera.
También podemos ver en la pared unos amugues,
artilugio de madera formado por dos palos paralelos unidos por unas cuerdas,
que se ponían encima de la albarda de los mulos en los que se colocaban los
haces de trigo, seis en cada animal y a veces ocho. Cerca hay un acial,
instrumento con el que se oprimía la parte superior del hocico o una oreja de
las bestias para que permaneciesen quietas mientras se herraban o esquilaban.
En la parte superior de la escalera, antes de entrar a
la cámara, se ha colocado parte de lo que fue una puerta con diferentes
herramientas de carpintero, que pertenecieron a Marcelino, abuelo de Ángel.
Entre ellas podemos ver un serrucho, algunos punzones, llaves de diferentes
tamaños, un compás, limas, un cepillo de carpintero, etc.
En una caja hay vales de pan que se entregaban a
cambio del trigo molido que traía la gente. Por cada ciento treinta y dos
kilogramos de trigo se entregaban cien kilogramos de pan en vales, que luego la
gente devolvía para adquirir los panes que necesitaban.
Las primeras piezas que empezaron a colocar en el
museo Ángel y Pilar son los recipientes de barro que utilizaban para cocinar en
el fuego de la lumbre, en total hay cinco pucheros de diferentes tamaños con
sus correspondientes tapas. También hay una olla metálica, varios olleros, con
los que se sujetaba el puchero junto al fuego, un rallador de pan, varios cazos,
un atizador del fuego y diferentes piquetas, de distinta forma y tamaño,
utilizados para picar la carne cuando se hacían las albóndigas.
En unas aguaderas de goma vemos cuatro cántaros de
cerámica, con la forma típica de los cántaros alcarreños. Antiguamente no había
agua corriente en las casas, pues eso ha sido un avance del siglo XX, y no
había más remedio que ir a la fuente con cántaros para recoger el agua. La
fuente más cercana era la Fuente Vieja, a la entrada del pueblo, pero para
cocer los garbanzos y cocinar todo tipo de guisos se iba a por agua a la Fuente
del Reato, situada en el Llano Maestre, a algo más de un par de kilómetros del
pueblo. En esta última el agua se recogía con una jarra de una pila,
filtrándola con un trapo para eliminar impurezas.
En un rincón hay un tronco de madera hueco utilizado
como colmena, que estaba en casa del padre de Ángel, aunque éste no recuerda
que ningún miembro de su familia se dedicase a la apicultura. Junto a la
colmena se puede ver un orinal de cerámica, pieza habitual en todas las alcobas,
pues no había baños en las casas, ni mucho menos alcantarillado público, y la
gente utilizaba el orinal, el corral o el campo para estos menesteres. Hay
también varias banquetas de madera, con una pieza de un molino de aceite en una
de ellas, pieza que trajo a casa un tío de Pilar de una almazara cercana al
pueblo. Había una almazara junto al río San Juan, bajo el pueblo, y otra junto
a la Fuente Vieja.
En otro rincón de la cámara hay una zafra, recipiente que
servía para almacenar el aceite que se obtenía al moler la aceituna. Cerca de
esta zafra podemos ver también varios barreños o cazuelas de barro para mezclar
los ingredientes para hacer los chorizos de la matanza, las morcillas, los
salchichones, etc.
La matanza del cerdo era algo habitual en todos los
hogares de Albendea a mediados del siglo pasado. Ese día de la matanza era una
auténtica fiesta, a la que acudía toda la familia y amigos para colaborar en
las tareas de sacrificar los cochinos, y apañar su carne, con la que se obtenía
el alimento necesario para garantizar la pitanza de todo el año, junto a los
alimentos que se obtenían de la caza y el campo. La sociedad rural vivía en una
economía de autoconsumo y trueque, pues los bienes que producían algunos
vecinos los cambiaban por los que producían otros.
Una máquina de picar remolacha, situada en una
esquina, servía para darle de comer a los cerdos, remolacha que podía
suministrarse cocida o en crudo. Raro era antes la familia de Albendea que no
tenía un par de cerdos en la cochiquera, que contribuían al sustento de la
familia, con sus perniles, chorizos, morcillas, lomo, lardo, costillas, etc.
Cada familia con tierras solía tener un par de mulas
para las faenas del campo, como cuenta que tenía el propio Ángel Lázaro,
dedicado toda su vida laboral a la agricultura. Empezó a labrar con unas mulas,
único medio con el que se trabajaba la tierra, pues la mecanización llegó ya
bien iniciada la década de los setenta del siglo XX. Lo mismo ocurriría con la
siega, labor que se hacía a mano con la hoz durante varias semanas, mientras
que ahora un campo se siega en un día con una máquina.
Pilar trabajó en el horno de su padre hasta que se
casó con Ángel, aunque también ha cotizado a la Seguridad Social como
agricultora, hasta asegurar los quince años que otorgan el derecho a una
pensión contributiva. Precisamente para ello hizo Ángel un cese de tierras en
favor de su esposa cuando se retiró. Pero casi todo su tiempo, tras contraer
matrimonio con Ángel, lo ha dedicado al cuidado de su hogar y su familia, y a
criar y educar a las dos hijas del matrimonio, Alicia y Yoli.
Hay también encima de una mesa un balde metálico para
lavar la ropa, la losa en la que se frotaba para quitar las manchas y una
muestra del jabón casero, que se hacía en una caldera cociendo el aceite de las
sobras de guisar con sosa cáustica y agua, dándole vueltas con un palo. Aunque
ahora, nos dice Pilar, se hace en crudo, sin cocer. Este jabón, una vez hecho,
se cortaba con un alambre, obteniendo así porciones exactamente iguales. La
lejía para blanquear la ropa se fabricaba con las cenizas de madera quemada,
sin ningún tipo de tratamiento químico.
Encima de una estantería de madera hay dos fuentes
metálicas y otras cuatro de cerámica, una de ellas con sus lañas, especie de
grapas con las que se reparaban los recipientes de cerámica que se rompían. Un
oficio de antes, que ya se ha perdido, como tantos otros, era el de lañador,
artesano, generalmente ambulante, que reparaba pucheros y otros utensilios de
loza o porcelana por medio de lañas y grapas.
Al lado podemos ver diferentes moldes para hacer
galletas y una artesa donde se amasaba la harina para hacer el pan. Como la
harina no venía siempre muy limpia se utilizaba un “ciazo” o cedazo, con el que
se cernía antes de amasarla. En una tabla hay diferentes raseras para limpiar
la masa que quedaba pegada a las paredes de la artesa y un pinto, que servía
para hacer los dibujos en la masa.
Varias romanas de distintos pesos y medidas cuelgan de
una pared de la cámara, una de ellas fabricada en cobre. Junto a las romanas
hay una balanza para pesar el pan, con pesas de diferentes medidas. Tres
calentadores servían para calentar las camas de las casas, pues antes la única
calefacción de las viviendas era el fuego de la chimenea y las brasas de los
braseros. Uno de los calentadores, de cerámica, con forma de botijo achatado,
se ponía en los pies de la cama.
En una mesa, en el centro de la cámara, podemos ver
diferentes libros, una caja de cho-colate Tárraga, varias cartillas de escolaridad,
la enciclopedia de grado medio y de grado ele-mental de Ángel, esta última del
año 1963, y un tintero con una pluma. Por encima de la mesa, en una viga, hay
colgados numerosos recibos de la contribución que guardaban los abuelos y
bisabuelos de Pilar.
UNA LICENCIA DE LA GUERRA DE CUBA, JOYA DEL MUSEO
Pero la auténtica joya del museo, al menos
sentimentalmente para Ángel, es un pequeño recipiente metálico en forma de tubo,
que contiene la licencia de su abuelo del Ejército en el año 1899, tras
regresar de la guerra de Cuba. Marcelino Gómez Olmo, que así se llamaba el
abuelo de Ángel, regresó a España tras permanecer en la isla caribeña seis
años. Junto a esta licencia de Cuba hay otra licencia absoluta de la Zona de
Reclutamiento de Cuenca, fechada en 1907.
Junto a la entrada de la cámara podemos ver un armario
con el ajuar de algunos antepasados de Pilar y Lázaro, formado por varias
tazas, tazones, azucareros y platos. Este armario lo hizo Julio, el tío de
Jesús García Pérez, alcalde de Albendea desde 1987 hasta 2011, utilizando para
ello dos arcas antiguas. Encima del armario hay una canilla de madera,
utensilio que se utilizaba para tejer, pues la casa de Ángel era una casa de
tejer paños de lienzo, material que se utilizaba para confeccionar la ropa.
En un antiguo baúl, junto al armario, se conservan
varios costales para echar el trigo y algunas sacas en las que se cargaba la
harina. Hay también una camisa de Dionisia Lara, abuela de Ángel, varias
camisas de lino, un vestido, etc. Antes, cuenta Pilar, la gente mayor, llevaba
la camisa de lienzo, tanto los hombres como mujeres. No hay más que tocar estas
vestimentas para descubrir lo calientes que debían de ser en invierno, aunque
desde luego estos ropajes no destacaban por su suavidad y delicadeza.
Los hombres solían vestir con traje de pana, blusa a
rayas o negra y una faja en el vientre, llevando en la cabeza una gorra con
visera. Las mujeres llevaban el refajo, la falda de paño y otra encima de color
negro, con la pelerina por encima, una especie de toquilla de punto, como capa
corta. Todas ellas llevaban la “faldiquera” (faltriquera) en el interior, una
especie de bolsillo en el que se ponían las llaves o el poco dinero que se
manejaba entonces. Las abarcas era el calzado más habitual, hechas de cuero o
goma, cubriendo sólo la planta de los pies, aseguradas con cuerdas o correas
sobre el empeine y el tobillo.
Entre el baúl y el armario podemos ver un palanganero,
con una jofaina o zafa para lavarse, y una jarra para verter el agua. Hay
también otras piezas interesantes, como planchas, botijos, un brasero, varias
orzas, canastos de mimbre, sillas y hamacas antiguas, candelabros de cerámica,
etc.
Pilar y Ángel tienen también en su casa los papeles
que documentan el lote que recibió el abuelo del primero al casarse. Se trataba
de una especie de dote que entregaban los padres, en el que se incluían
tierras, vestidos, herramientas de labranza y trabajo, etc.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
Gracias a Ángel
Lázaro y Pilar Albendea podemos conocer y estudiar muchos objetos que se
utilizaban antaño, que formaban y forman parte de la cultura de Albendea. Se
puede ver así como han desaparecido formas de vida antigua, borradas por la
llegada de la modernidad, formas de vida y de trabajo en las que la mecánica,
la electrónica y por supuesto la informática no se conocían. Los avances
científicos, la insdustrialización y el progreso fueron transformando las vidas
de las gentes, que se fueron haciendo más y más fáciles, aunque aún tardaron
tiempo en llegar a lugares apartados, como este rincón de La Alcarria
conquense.
Hoy día estas
piezas de museo son desconocidas para la mayoría de los jóvenes, aunque los
mayores las recuerdan con cariño y a veces con nostalgia, pues formaron parte
de su vida y contribuyeron a su sustento diario y al de su familia, así como a
hacer más llevadera la vida del hogar. En muchos lugares estos objetos
simplemente se tiraban cuando dejaban de ser útiles, ¡cuántas trillas se
descubrían abandonadas en las eras u otras objetos etnológicos en los vertederos!
Pero afor-tunadamente otras personas, como Ángel y Pilar, en lugar de tirarlos
o dejarlos abandonados en algún rincón de una vieja buhardilla, se dedicaron a
conservarlos y ordenarlos, para que sirvan de muestra y testigo de la historia
para las nuevas generaciones, para que conozcan unos modos de vida arcaicos,
que han sido borrados por el tiempo.
Mientras existan
esos objetos que se usaban otrora, mientras se siga haciendo un canto a la
nostalgia y haya personas que sigan interesadas en guardar esas pie-zas de
museo, de alguna manera esas formas de vida y esa cultura seguirán persis-tiendo
entre nosotros y nunca habrán muerto por completo. Representan otros tiempos,
pero unos tiempos que siguen con sosotros, que están en nuestra memoria y que siempre
formarán parte de nuestra historia y de nuestro presente mientras puedan ser
observados en mu-seos como éste de Ángel y Pilar.
Hemos perdido
muchos edificios históricos que no se han sabido conservar, o que simplemente
se destruían porque ya no se consideraban útiles y así se podían construir
viviendas o edificios funcionales en su lugar. Torreones, fortalezas árabes,
murallas o poblados construidos en rincones recónditos han desaparecido para
siempre, porque el hombre con su pasividad, negligencia o despropósito no ha
sabido conservarlos; edificios, fortalezas o poblados que ya no se volverán a
reconstruir jamás, de los que sólo queda el nombre o el emplazamiento. Por ello
creemos que es sumamente importante recopilar piezas, palabras o modos de vida
y costumbres, herencia de nuestros antepasados, que aunque no creamos ya útiles
forman parte de la vida de nuestros mayores y de nuestra historia más reciente.
Son formas de vida y costumbres que no podemos rechazar y olvidar sin
más, ni consentir que se pierdan para siempre, pues nuestros mayores las han
ido transmitiendo con cariño a sus descendientes, de siglo en siglo y de
generación en generación. Así conservando estos objetos con nosotros,
guardándolos y permitiendo que se observen, admiren y estudien, conservaremos
con nosotros la vida de nuestros antepasados y con toda seguridad la admiración
de nuestros descendientes, contribuyendo también de alguna manera a engrandecer
y promocionar nuestro pueblo.
Hola, nunca pensé que unas personas pudieran recuperar tantas cosas de la vida pasada, es una mravilla, en contré esto buscando com hacer un palanguanero,gracias por darme este momento, me gusta el bricolaje, y tanbien me gustaria visitar es museo, estoy lejos y fcon 83 años GRACIAS
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