8 sept 2025

FIESTAS PATRONALES DE LA VIRGEN DE LA VEGA


PREGÓN A CARGO DE PABLO MARTÍNEZ VALIENTE

 Queridos vecinos, queridas vecinas, amigos, familia y todos los que hoy os habéis acercado a Albendea.

Antes de empezar, quiero expresar mi más sincero agradecimiento al Ayuntamiento de Albendea y a todas las autoridades que han hecho posible este momento. Un agradecimiento muy especial a nuestro alcalde, Luis Pérez, por confiar en mí y brindarme el honor de poner voz a este pregón. Es un privilegio poder dirigirme a todos vosotros en estas fiestas, representando a nuestro pueblo y celebrando juntos lo que nos une.

Hoy tengo el honor y, por qué no decirlo, también la emoción de poner voz a este pregón que abre nuestras fiestas. Y lo hago con el corazón lleno de recuerdos, con la memoria puesta en quienes me precedieron, y con la alegría de estar en este rincón de la España despoblada, porque Albendea no está deshabitada ni mucho menos: lo que está es llena de vida, de historias, de esfuerzo y de futuro.

Estos días las calles se llenan de vida, de reencuentros, de risas, de gente que vuelve al pueblo, aunque viva lejos, porque aquí siempre hay un lugar al que regresar. Albendea forma parte de lo que mi querido José Luis Chamón define como la España desaprovechada. Y me gusta esa expresión porque es muy cierta: no es que esta tierra esté vacía, ni olvidada, ni deshabitada… lo que ocurre es que durante demasiados años instituciones y gestores no han sabido aprovechar todo lo que tenemos: nuestra historia, nuestro paisaje, nuestra cultura y, sobre todo, nuestra gente.

Por eso, cuando llegan estas fiestas, lo recordamos con más fuerza que nunca: Albendea está viva, y lo demuestra en cada saludo en la plaza, en cada vino compartido, en cada risa con los amigos de toda la vida.

Albendea es para mí raíces y familia. Aquí nacieron y vivieron mis abuelos, Filemón y Eladia, que con su trabajo, y el de tantos otros como ellos, nos enseñaron a los que hoy nos congregamos aquí lo que significa el esfuerzo y la humildad de la gente de campo. También mi padre Miguel Ángel, que me transmitió no solo el amor por Albendea, sino también esa manera de mirar al pueblo como un lugar donde siempre se puede volver, donde uno nunca se siente extraño.

Cuando pienso en Albendea, pienso en ellos, en lo que representan. Porque un pueblo no son solo sus calles, sus casas o sus fiestas: un pueblo son sus gentes, las que estuvieron antes que nosotros y las que vendrán después. Y yo me siento afortunado de poder decir que mis raíces, mis recuerdos de infancia, mis primeras carreras por las calles y mis primeras travesuras están aquí, en Albendea.

Pero si la familia me enseñó de dónde vengo, los amigos me enseñaron a volar. Porque si de algo podemos presumir es de habernos criado en un pueblo donde nunca faltaban compañeros de juegos, de risas y de aventuras.

Con mi peña “Cosecha 98” correteamos por cada rincón de Albendea. Daba igual que fueran las calles, la plaza o las eras: para nosotros todo era un campo de juego. Y en verano, cuando el sol pegaba fuerte y parecía que los días no se acababan nunca, era con ellos con quienes compartía cada momento.

Los amigos del pueblo tienen algo especial. Son los que te ven crecer, los que saben de dónde vienes, los que no necesitan que expliques nada porque ya lo saben todo de ti. Con ellos aprendí que la infancia en Albendea no se mide en años, sino en carreras, en partidos improvisados, en charlas interminables en el parque, y en esas primeras risas que todavía hoy recordamos cuando nos juntamos.

Y sí, también están esas “hazañas” de juventud… que mejor no detallar demasiado, no vaya a ser que alguno aquí presente se entere, veinte años tarde, de travesuras que ya no tienen importancia… digamos que, si la peña se llama “Cosecha 98”, es porque alguno sale más fermentado que un buen vino.

Y no puedo dejar de mencionar la dulzaina. Recuerdo aquellos años, cuando mi amigo Dani y yo salíamos a movilizar al personal: yo cargado con mi dulzaina, él con su afinado cubo de pintura como tambor. Hoy, junto a mi querido Juan Fran, su hijo Alberto y mi primo Jesús Miguel en la percusión, seguimos disfrutando de cada nota, de cada pasacalle, de cada baile que hace que nuestra música cobre vida.

Si Albendea tiene un latido especial, para mí ese latido se escucha claramente en cada acorde de mi banda de música, mi querida Rural Band.

Con ella he vivido de todo: procesiones que parecían eternas bajo el sol, pasodobles que ponían a la plaza entera a mover el pie, bailes del vermut en los que era imposible quedarse sentado… y hasta algún que otro concierto improvisado en el que lo importante no era tanto la excelencia como pasarlo bien.

La Rural Band ha sido mi manera de ponerle banda sonora al pueblo, de compartir con todos vosotros lo que más me apasiona. Y os digo una cosa: no hay escenario en el mundo que me emocione tanto como tocar aquí, en Albendea, viendo las caras de mis vecinos, de mis amigos, de mi familia.

Y si la Rural Band ha sido mi corazón musical, la charanga aterciopelao ha sido, sin duda, el lado más festivo y divertido. Porque si algo hay que reconocerle a la charanga es que convierte cualquier calle, plaza o esquina en un escenario lleno de vida, risas y algún que otro susto… especialmente para los que no esperan que unos cuantos músicos aparezcamos de repente con trompetas, tambores y mucho entusiasmo.

He disfrutado como nadie recorriendo Albendea con la charanga, porque no es solo tocar música: es contagiar alegría, es ver cómo todo el mundo se une al ritmo, aunque sea golpeando una lata con la mano o improvisando un bailecito al compás.

Y es que, si hablamos de la charanga, no puedo dejar de recordar sus primeros pasos, cuando todo empezó aquí mismo, en el salón de mi casa. Éramos muy jóvenes, llenos de ilusión, con muchas ganas de hacer algo nuestro, algo que uniera a los amigos y al pueblo. Allí, entre risas, papeles desordenados y algún que otro saxofón desafinado, firmamos los primeros estatutos de lo que hoy es la Asociación Musical Aterciopelao. Por aquel entonces éramos un grupo pequeño, sí, pero con un corazón enorme y con la certeza de que la música podía llenar de alegría cada rincón de nuestros corazones.

Mirando atrás, se me dibuja una sonrisa al pensar en esos días: la ilusión desbordante, la torpeza encantadora de los inicios, y ese sentimiento de estar construyendo algo que nos iba a acompañar toda la vida.

Y si la charanga nos da la alegría del pueblo, hubo un momento que me llenó de orgullo y emoción: en 2022, gracias a la implicación y esfuerzo de Luis Pérez, nuestro alcalde, fuimos capaces de traer a Albendea a la Joven Orquesta de Cuenca. Para mí fue un honor dirigirla en mi propio pueblo durante el concierto de marchas procesionales que celebramos.

Recuerdo la iglesia llena hasta arriba, y cómo los cerca de ochenta músicos, solo con su presencia, ocupaban casi la mitad del templo. Fue un espectáculo inolvidable, una verdadera muestra de que la música une generaciones y corazones.

Quiero hacer un recuerdo muy especial a mi querido Herminio Carrillo, mi profesor de música, que vino como cantante, y a su hijo y gran amigo Herminiete, que vino como trombonista. Ambos lamentablemente dejaron ya este mundo, pero su legado sigue vivo. Herminio padre, con cariño, me dejó las campanas que hoy suenan en la plaza del Olmillo, durante las procesiones de San Antonio y de la Virgen de la Vega. Que sus sones resuenen siempre en su memoria y nos acompañen en cada celebración.

Y después de tantas calles recorridas con la Rural Band, de risas compartidas con la charanga y de emociones vividas con la Joven Orquesta de Cuenca, llegó un momento muy especial para mí: crear el pasacalle de Albendea.

En 2019, inspirado por los paloteos tradicionales que se bailan en nuestra villa, me senté a componer lo que hoy conocemos como el “Pasacalle de Albendea”. La primera parte recoge esos ritmos y danzas antiguas que han acompañado a nuestro pueblo durante generaciones, un homenaje a la tradición y a la alegría de nuestras calles en las fiestas. Quería que nuestra música reflejara algo más que notas y ritmos: que contara una historia, que transmitiera la esencia de nuestro pueblo, su energía, sus raíces y su gente. Albendea, aunque pequeña, tiene un corazón enorme y merecía una melodía que la representara, algo que todos pudiéramos sentir como propio, un sonido que nos recordara de dónde venimos y quiénes somos.

Fue durante mi tiempo en el grupo Voces y Esparto, recorriendo pueblos de toda la provincia, cuando me fijé en algo que me dio bastante envidia: muchos pueblos tenían una jota que actuaba como su seña de identidad. Entonces me dije: Albendea también merece la suya. Así nació la idea de incluir una jota al final del pasacalle, no solo como remate musical, sino como símbolo de orgullo, de pertenencia y de identidad. La jota es el corazón del pasacalle, ese instante en que la tradición y la alegría de nuestro pueblo se unen en una melodía que todos podemos cantar y bailar. Es un abrazo a Albendea, un recordatorio de que nuestras raíces y nuestra cultura siguen vivas y compartidas con todos.

Pero un pasacalle no estaría completo sin palabras que le den alma. Y ahí entró mi padre, Miguel Ángel, quien fue el verdadero artífice de la letra que hoy conocemos. Con su capacidad única para capturar la esencia de Albendea, él convirtió la música en versos llenos de ternura, orgullo y memoria. Gracias a su talento, el pasacalle no solo suena, sino que habla de nuestro pueblo, de su historia, de su gente y de la belleza de nuestra tierra. Cada frase que escribió recuerda la nobleza y humildad de sus habitantes, la importancia de cuidar los campos y la familia, la alegría de los niños que retozan por el trigal y la riqueza de nuestros paisajes, desde el Guadiela hasta el Escabas.

El pasacalle se convirtió así en un himno que recoge todo lo que somos, y que ha viajado más allá de nuestras fronteras, llevando un pedacito de Albendea a Francia, Eslovaquia o Macedonia del Norte, gracias al esfuerzo y la pasión de mis queridos amigos de la Rural Band. Cada vez que suena, recuerdo con cariño mis calles de infancia, mis amigos, mi familia y todos aquellos que han contribuido a que seamos quienes somos.

Y así, entre recuerdos de infancia, risas compartidas con amigos, la música que nos une y la historia que nos define, llegamos al momento más importante de estas fiestas: honrar a nuestra patrona, la Virgen de la Vega. Ella es la luz que nos guía, la presencia que nos acompaña en cada paso, en cada procesión, en cada nota de nuestro pasacalle y en cada paloteo.

Que estas fiestas nos sirvan para celebrar lo que somos, lo que hemos construido juntos y lo que nos espera como pueblo: la familia, los amigos, la música, nuestras tradiciones y, sobre todo, el espíritu de Albendea.

Que la Virgen de la Vega nos proteja, nos inspire y nos haga sentir siempre orgullosos de nuestras raíces. Y recordemos, como nos enseña la inscripción de la Ermita que:

"Aunque vayas muy deprisa no dejes de saludarme, diciéndome: Ave María, yo te diré: Dios te guarde."

Con ese saludo lleno de cariño, alegría y fe, os invito a todos a disfrutar de estas fiestas. Que Albendea siga sonando en cada corazón, en cada calle y en cada plaza. Y que nunca se apague nuestra música, nuestra risa y nuestro orgullo de ser de Albendea.

Y antes de concluir, quiero hacer una mención especial a mi madre, María Luisa. Ella, con esa generosidad que le caracteriza, ha querido que todos compartamos un vinillo al terminar este pregón. Porque si algo define a Albendea es precisamente esto: la hospitalidad, el abrir las puertas de casa, el ofrecer lo que se tiene con alegría, para que nadie se sienta extraño y todos nos sintamos en familia.

Y qué mejor manera de levantar la copa que con un brindis que encierra la sabiduría popular de nuestras gentes, esas que saben reírse incluso de lo más serio y que convierten cada encuentro en una celebración:

"Cuando Dios llamó a Gabino, a rendir cuentas con él, no le dijo ‘Gabino, ven’, sino: ¡Venga vino, ven!"

Que este brindis sea la manera de sellar nuestras fiestas, de celebrar la vida y la amistad bajo la mirada de nuestra patrona, la Virgen de la Vega.

¡Viva la Virgen de la Vega!

¡Viva Albendea!

 


 











































Por motivos laborales conyugales tuvimos que dejar Albendea con Nuestra Señora de la Vega en su ermita, por lo que sintiéndolo mucho no pudimos tomar más fotografías de las fiestas patronales.

Que la Virgen de la Vega proteja a las gentes de bien y que nos dé salud a todos los albendurrios.

Antonio Matea Martínez 

FIESTAS PATRONALES DE LA VIRGEN DE LA VEGA

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